Solución caso Semmelweis
Contenido extraído del blog https://filosofiaenbits.blogspot.com/?m=1
Hecho y problema:
La ciencia se ocupa de estudiar hechos. Un hecho es un acontecimiento que podemos observar y registrar:
Hecho y datos relevantes: Las parturientas del Hospital General de Viena, al poco de dar a luz mueren por contraer "fiebre puerperal".
Problema: ¿A qué se debe?
Método seguido por Semmelweis: Método Hipotético- Deductivo (elaboración de hipótesis y procedimientos de contrastación).
- Definición del problema
- Planteamiento de las hipótesis
- Contrastación de las hipótesis mediante experimentos.
Este método está basado en la elaboración de hipótesis que después se contrastan experimentalmente para comprobar si son ciertas o falsas (se falsan, se refutan, etc..).
Análisis:
H1: "Influencias epidémicas" descriptas como "cambios atmosférico- cósmico- telúricos", que extendiéndose por "distritos enteros" producían dicha fiebre.
¿Se refuta H1? Sí (por lo tanto no es válida, buscamos otra)
Existía una gran diferencia de porcentajes de muertes en cuanto a una segunda división de maternidad. En la primera en 1844 moría un 8,2%, al año siguiente un 6,8% y en 1846 un 11,4%. Mientras que en la segunda división situada en el mismo hospital y con la misma cantidad de mujeres internadas, el porcentaje era mucho más bajo: 2,3%, 2,0% y 2,7% respectivamente.
Por lo tanto, si la atmósfera que se respiraba, tanto dentro como fuera del hospital, era la misma y el mayor porcentaje era en una sola división, esto demuestra que esta enfermedad no se presentó en carácter de epidemia, por lo tanto la hipótesis no es válida.
H2: El hacinamiento
¿Se refuta H2?: Sí, que el hacinamiento era mayor en la división segunda debido al temor de las pacientes a ser internadas en la primera. No válida por tanto.
H3: Las lesiones producidas por reconocimientos poco cuidadosos a que sometían a las pacientes los estudiantes de medicina
H4: La llegada de un sacerdote para prestar sus últimos auxilios a una moribunda, haciendo sonar una campanilla, producía en las pacientes un efecto "terrorífico y debilitante" que las hacía propensas a contraer la fiebre.
H5: la posición de las mujeres en sus camillas era diferente en ambas divisiones. Esta sería quizás una posible causa.
Solución al problema: Observación en la que un colega suyo había muerto tras una fiebre de similares características que contrajo luego de cortarse un dedo con el escalpelo de un estudiante que estaba realizando una autopsia...
H6: "La materia cadavérica" portada por colegas y estudiantes que tras realizar disecciones reconocían a las parturientas lavándose las manos superficialmente, causaba tal enfermedad.
Apoya a esta hipótesis: la mortalidad en la segunda división era más baja porque allí las pacientes eran atendidas por las comadronas quienes no tenían contacto con los cadáveres.
Tras varias experiencias clínicas se llegó a la solución del problema.
"los colegas luego de desinfectarse las manos, examinaron a una parturienta aquejada de cáncer cervical ulcerado.
Luego de lavarse las manos superficialmente, examinaron a 12 mujeres de la misma sala, de ellas 11 murieron..."
Conclusión: "La fiebre puerperal no solo podía ser producida por materia cadavérica, sino también por "materia pútrida procedente de organismos vivos"
Prejuicios asesinos ROSA MONTERO 20/11/2005 (El País Semanal)
Hecho y problema:
La ciencia se ocupa de estudiar hechos. Un hecho es un acontecimiento que podemos observar y registrar:
Hecho y datos relevantes: Las parturientas del Hospital General de Viena, al poco de dar a luz mueren por contraer "fiebre puerperal".
Problema: ¿A qué se debe?
Método seguido por Semmelweis: Método Hipotético- Deductivo (elaboración de hipótesis y procedimientos de contrastación).
- Definición del problema
- Planteamiento de las hipótesis
- Contrastación de las hipótesis mediante experimentos.
- Obtención de conclusiones. Si el experimento ha confirmado las hipótesis, estas pueden ser aceptadas (al menos de momento)
Este método está basado en la elaboración de hipótesis que después se contrastan experimentalmente para comprobar si son ciertas o falsas (se falsan, se refutan, etc..).
Análisis:
H1: "Influencias epidémicas" descriptas como "cambios atmosférico- cósmico- telúricos", que extendiéndose por "distritos enteros" producían dicha fiebre.
¿Se refuta H1? Sí (por lo tanto no es válida, buscamos otra)
Existía una gran diferencia de porcentajes de muertes en cuanto a una segunda división de maternidad. En la primera en 1844 moría un 8,2%, al año siguiente un 6,8% y en 1846 un 11,4%. Mientras que en la segunda división situada en el mismo hospital y con la misma cantidad de mujeres internadas, el porcentaje era mucho más bajo: 2,3%, 2,0% y 2,7% respectivamente.
Por lo tanto, si la atmósfera que se respiraba, tanto dentro como fuera del hospital, era la misma y el mayor porcentaje era en una sola división, esto demuestra que esta enfermedad no se presentó en carácter de epidemia, por lo tanto la hipótesis no es válida.
H2: El hacinamiento
¿Se refuta H2?: Sí, que el hacinamiento era mayor en la división segunda debido al temor de las pacientes a ser internadas en la primera. No válida por tanto.
H3: Las lesiones producidas por reconocimientos poco cuidadosos a que sometían a las pacientes los estudiantes de medicina
- ¿Se falsa H3? Sí
- Las lesiones que se producían naturalmente en el proceso de parto son muchos mayores que las que podían producir un examen poco cuidadoso
- Las comadronas que recibían enseñanzas en la segunda división, reconocían a sus pacientes de manera análoga, sin por ello producir los mismos efectos.
- Se redujo a la mitad el número de pacientes y se restringió al mínimo el reconocimiento por parte de ellos, la mortalidad aun así alcanzó su nivel más alto.
H4: La llegada de un sacerdote para prestar sus últimos auxilios a una moribunda, haciendo sonar una campanilla, producía en las pacientes un efecto "terrorífico y debilitante" que las hacía propensas a contraer la fiebre.
- Refutación: se le pidió al sacerdote que dejara de tocar la campanilla y llegara en silencio a la enfermería, aun así la mortalidad no bajó.
- ¿Se falsa H4? Sí
H5: la posición de las mujeres en sus camillas era diferente en ambas divisiones. Esta sería quizás una posible causa.
- ¿Se falsa H5? Sí
- Refutación: luego de haber cambiado de posición a las pacientes de la primera división, la alta mortalidad continuaba.
Solución al problema: Observación en la que un colega suyo había muerto tras una fiebre de similares características que contrajo luego de cortarse un dedo con el escalpelo de un estudiante que estaba realizando una autopsia...
H6: "La materia cadavérica" portada por colegas y estudiantes que tras realizar disecciones reconocían a las parturientas lavándose las manos superficialmente, causaba tal enfermedad.
- ¿Se falsa? H6? No
- ¿Se verifica H6? Sí
Apoya a esta hipótesis: la mortalidad en la segunda división era más baja porque allí las pacientes eran atendidas por las comadronas quienes no tenían contacto con los cadáveres.
Tras varias experiencias clínicas se llegó a la solución del problema.
"los colegas luego de desinfectarse las manos, examinaron a una parturienta aquejada de cáncer cervical ulcerado.
Luego de lavarse las manos superficialmente, examinaron a 12 mujeres de la misma sala, de ellas 11 murieron..."
Conclusión: "La fiebre puerperal no solo podía ser producida por materia cadavérica, sino también por "materia pútrida procedente de organismos vivos"
Prejuicios asesinos ROSA MONTERO 20/11/2005 (El País Semanal)
Los prejuicios son esos parásitos del pensamiento que nos empequeñecen y envilecen. Son un producto de la sinrazón
y la incultura, pero también de la miseria moral. Porque los prejuicios más indestructibles son aquellos que
proporcionan alguna ventaja, algún beneficio al prejuicioso. Por ejemplo, pensar que los negros son seres inferiores ha
permitido a los blancos sentirse superiores a ellos y explotarles durante siglos. De manera que el prejuicio es ciego, en
efecto, pero también egoísta, depredador y a menudo homicida. Y somos tan responsables de nuestras reflexiones
conscientes como de esas zonas oscuras de pereza mental.
Uno de los casos más espectaculares y conmovedores de prejuicio que conozco es la terrible historia de Ignaz Semmelweis (1818-1865), un ginecólogo húngaro maravilloso. A los 28 años, Ignaz fue nombrado ayudante de la primera clínica ginecológica de Viena. En aquel entonces se había puesto de moda que las mujeres parieran en los hospitales. Al mismo tiempo, coincidencia curiosa, se había desatado en todo el mundo una atroz epidemia que acababa con la vida de miles de parturientas: la fiebre puerperal, una infección generalizada que se declaraba tras el parto y que mataba a la mujer en pocas semanas entre terribles sufrimientos. Nadie sabía la causa de la fiebre, y ningún médico parecía tener en cuenta que atacaba sobre todo a quienes parían en los hospitales. Las cifras eran espantosas: por ejemplo, de los dos pabellones de parto que había en el hospital de Viena, el dirigido por el doctor Klein, que era donde trabajaba Ignaz, registró una media de un 33% de muertes en 1842. Y hubo momentos peores: en los primeros meses de 1846 se alcanzó un 96% de fallecimientos.
Semmelweis, horrorizado ante la matanza, empezó a pensar, a analizar. El pabellón de Klein duplicaba las bajas del otro pabellón e Ignaz descubrió que la única diferencia era que en el primero hacían prácticas los estudiantes que venían directamente de realizar autopsias, y que metían sus manos en los vientres de las mujeres sin haberse lavado previamente. Semmelweis ordenó que estudiantes y médicos se limpiaran las manos con agua clorada antes de tocar a las parturientas, y la mortalidad descendió al 0,23%. El entusiasmado Ignaz incluso intentó obligar a lavarse a su propio jefe, y Klein, enfurecido, echó del hospital al joven médico.
Sin trabajo, Ignaz continuó sus investigaciones. Un amigo suyo se cortó con el escalpelo durante una autopsia, y murió con los mismos síntomas de la fiebre puerperal, esto es, con los síntomas de la septicemia. Esto convenció aún más a Semmelweis de que la fiebre era causada por las manos contaminadas de los médicos y el hombre se lanzó a una afanosa campaña, intentando convencer a sus colegas de la sencilla obviedad de su descubrimiento. Su irrebatible verdad, sin embargo, chocó frontalmente contra el cómodo y egocéntrico prejuicio de los ginecólogos: ¿cómo iban a ser ellos, los santones de la ciencia y la salud, los grandes varones sabelotodo, los causantes de la enorme mortandad? Las sociedades médicas de Amsterdam, Berlín, Londres y Edimburgo condenaron sus aberrantes teorías. Ignaz fue expulsado del colegio médico y en 1849 las autoridades le ordenaron abandonar Viena.
A partir de entonces fue un paria, un apestado. Atacado por todos y desesperado por la certidumbre de lo que sabía, por esa verdad indiscutible y tan sencilla que hubiera podido ahorrar cientos de miles de vidas, fue perdiendo los nervios poco a poco. En 1856, acorralado y horrorizado, publicó una carta abierta a todos los profesores de obstetricia: “¡Asesinos!...”. Tenía razón: sus colegas se comportaban como verdaderos criminales. Semmelweis tenía la razón, sí, pero no el poder, y los poderosos de su tiempo decretaron que estaba loco y le encerraron en un psiquiátrico. En 1865, durante una salida del manicomio, Ignaz hundió un escalpelo en un cadáver putrefacto y luego se hirió a sí mismo. Tres semanas después moría con los síntomas de las parturientas. Fue un último y desesperado intento para convencer a los ginecólogos, pero su sacrificio no sirvió de nada: tuvieron que pasar cincuenta años hasta que la clase médica aceptara sus elementales conceptos de higiene.
Y, mientras tanto, las embarazadas siguieron acudiendo como corderos a parir, y a morir, a los hospitales de todo el mundo. A fin de cuentas no eran más que unas pobres mujeres, y sus vidas eran una menudencia en comparación con la dignidad de los grandes doctores. Digo yo si también será por eso, por restos de los viejos prejuicios, por lo que hoy apenas se habla de Semmelweis. No me digan que no resulta extraño que hoy nadie recuerde a ese gran hombre, mártir de la razón, de la compasión y de la verdad .
Uno de los casos más espectaculares y conmovedores de prejuicio que conozco es la terrible historia de Ignaz Semmelweis (1818-1865), un ginecólogo húngaro maravilloso. A los 28 años, Ignaz fue nombrado ayudante de la primera clínica ginecológica de Viena. En aquel entonces se había puesto de moda que las mujeres parieran en los hospitales. Al mismo tiempo, coincidencia curiosa, se había desatado en todo el mundo una atroz epidemia que acababa con la vida de miles de parturientas: la fiebre puerperal, una infección generalizada que se declaraba tras el parto y que mataba a la mujer en pocas semanas entre terribles sufrimientos. Nadie sabía la causa de la fiebre, y ningún médico parecía tener en cuenta que atacaba sobre todo a quienes parían en los hospitales. Las cifras eran espantosas: por ejemplo, de los dos pabellones de parto que había en el hospital de Viena, el dirigido por el doctor Klein, que era donde trabajaba Ignaz, registró una media de un 33% de muertes en 1842. Y hubo momentos peores: en los primeros meses de 1846 se alcanzó un 96% de fallecimientos.
Semmelweis, horrorizado ante la matanza, empezó a pensar, a analizar. El pabellón de Klein duplicaba las bajas del otro pabellón e Ignaz descubrió que la única diferencia era que en el primero hacían prácticas los estudiantes que venían directamente de realizar autopsias, y que metían sus manos en los vientres de las mujeres sin haberse lavado previamente. Semmelweis ordenó que estudiantes y médicos se limpiaran las manos con agua clorada antes de tocar a las parturientas, y la mortalidad descendió al 0,23%. El entusiasmado Ignaz incluso intentó obligar a lavarse a su propio jefe, y Klein, enfurecido, echó del hospital al joven médico.
Sin trabajo, Ignaz continuó sus investigaciones. Un amigo suyo se cortó con el escalpelo durante una autopsia, y murió con los mismos síntomas de la fiebre puerperal, esto es, con los síntomas de la septicemia. Esto convenció aún más a Semmelweis de que la fiebre era causada por las manos contaminadas de los médicos y el hombre se lanzó a una afanosa campaña, intentando convencer a sus colegas de la sencilla obviedad de su descubrimiento. Su irrebatible verdad, sin embargo, chocó frontalmente contra el cómodo y egocéntrico prejuicio de los ginecólogos: ¿cómo iban a ser ellos, los santones de la ciencia y la salud, los grandes varones sabelotodo, los causantes de la enorme mortandad? Las sociedades médicas de Amsterdam, Berlín, Londres y Edimburgo condenaron sus aberrantes teorías. Ignaz fue expulsado del colegio médico y en 1849 las autoridades le ordenaron abandonar Viena.
A partir de entonces fue un paria, un apestado. Atacado por todos y desesperado por la certidumbre de lo que sabía, por esa verdad indiscutible y tan sencilla que hubiera podido ahorrar cientos de miles de vidas, fue perdiendo los nervios poco a poco. En 1856, acorralado y horrorizado, publicó una carta abierta a todos los profesores de obstetricia: “¡Asesinos!...”. Tenía razón: sus colegas se comportaban como verdaderos criminales. Semmelweis tenía la razón, sí, pero no el poder, y los poderosos de su tiempo decretaron que estaba loco y le encerraron en un psiquiátrico. En 1865, durante una salida del manicomio, Ignaz hundió un escalpelo en un cadáver putrefacto y luego se hirió a sí mismo. Tres semanas después moría con los síntomas de las parturientas. Fue un último y desesperado intento para convencer a los ginecólogos, pero su sacrificio no sirvió de nada: tuvieron que pasar cincuenta años hasta que la clase médica aceptara sus elementales conceptos de higiene.
Y, mientras tanto, las embarazadas siguieron acudiendo como corderos a parir, y a morir, a los hospitales de todo el mundo. A fin de cuentas no eran más que unas pobres mujeres, y sus vidas eran una menudencia en comparación con la dignidad de los grandes doctores. Digo yo si también será por eso, por restos de los viejos prejuicios, por lo que hoy apenas se habla de Semmelweis. No me digan que no resulta extraño que hoy nadie recuerde a ese gran hombre, mártir de la razón, de la compasión y de la verdad .
No conocía la referencia de Rosa Montero sobre el texto de Semmelweis. Gracias por compartirlo.
ResponderEliminarMuy bueno el blog.
Un saludo