lunes, 26 de febrero de 2024

¿Está bien mirar a la gente cuando no se dan cuenta?

 Mirar a la gente 

Vamos andando por la calle. Aproximándose a nosotros en la dirección opuesta vemos a una persona muy atractiva. En cuanto él o ella pasa junto a nosotros, sentimos la tentación de girar la cabeza para, digámoslo, «hacerle un traje a medida». Doy por supuesto que a cualquiera le ha asaltado alguna vez esta tentación. A mí, al menos, me ha pasado muchas veces. Sin embargo, me he resistido a volver la cabeza, porque se supone que es algo que está mal.

¿Pero por qué razón se supone que está mal?

Una respuesta podría ser que es una invasión de la intimidad. Pero eso no puede ser así. Cuando giramos la cabeza, no vemos nada que no esté expuesto al público. La visión que obtenemos es idéntica a la que puede obtener cualquiera que vaya caminando detrás de la persona.

Una respuesta ligeramente diferente puede ser que estamos «apropiándonos» de otra persona sin su consentimiento. Al fin y al cabo, cuando giramos la cabeza para mirar a alguien de arriba abajo, no le pedimos permiso. Pero esta respuesta no es más convincente que la anterior. No pensamos que mirar a alguien durante unos segundos mientras va por la calle requiera su consentimiento.

Una tercera respuesta podría ser que, al girar la cabeza para mirar a alguien, le cosificamos: le tratamos no como a la persona que es, sino como a un objeto corpóreo para nuestra gratificación egoísta. Y cosificar a alguien, como siempre nos han dicho, está mal.

Mucho se ha escrito acerca de la cosificación, pero solo vale la pena tener en cuenta algunas consideraciones. En primer lugar, es un hecho prosaico —aunque rara vez destacado— que los seres humanos son, de hecho, objetos, y que, en ese sentido, no se diferencian de las cucharas, las estrellas y las mandarinas. Por supuesto, los seres humanos pertenecemos a una subcategoría de objetos que también son sujetos, pero eso no contradice el hecho de que en realidad somos objetos (si alguien lo duda, que se mire en un espejo). Así pues, si tratamos a alguien como a un objeto, no le estamos tratando como si fuera algo que no es; le estamos tratando en concordancia con uno de sus aspectos.

Tratar a alguien teniendo en cuenta solo uno de sus aspectos puede ser malo. Es sin duda malo en aquellos casos en los que, como consecuencia de ello, se sufre algún tipo de daño. Si pisoteo a alguien en los dedos del pie para poder bajar un libro de una estantería, le estoy tratando meramente como a un objeto sin interés legítimo alguno en no recibir un pisotón. Su subjetividad me es indiferente y por tanto le hago daño. Ahora bien, ¿es de la misma manera problemático centrarse selectivamente en un aspecto de la persona en aquellos casos en los que no se amenaza su bienestar?

Podría decirse que mirar a alguien de alguna manera le reduce a un único aspecto (su atractivo físico). Pero no entiendo lo que «reducir» puede significar en este contexto. En un sentido del término, a mí me «reducen» con frecuencia a solo uno de mis aspectos. Por ejemplo, me numeran —me numeraban cuando me inscribía en el colegio y me numeran en el censo—. Cuando me numeran, me dejan reducido a una cantidad o a un número. A veces me pesan. Y a veces me registran como ciudadano. Ahora bien, ¿es cualquiera de estas reducciones problemática? ¿Implica alguna de ellas negar que tengo otros aspectos además de la cantidad, el peso o el estatuto de ciudadano? No veo por qué debería ser así; se trata simplemente de centrarse en uno de mis aspectos para un propósito con respecto al cual los demás aspectos no son tan relevantes. Asimismo, no está claro por qué centrarse en el cuerpo de una persona supone rechazar el hecho de que esa persona tiene muchos otros aspectos.

Hay, no obstante, al menos una razón digna de ser tenida en cuenta acerca de por qué mirar a la gente en la calle está mal. Al girar la cabeza para admirar el físico de otra persona, esa persona puede sentirse molesta, incómoda o inquieta. Este argumento basado en el daño ciertamente puede aplicarse a diversas maneras de mirar a otras personas.

Propongamos una regla: espera hasta que por lo menos la persona que te ha llamado la atención esté como mínimo un paso por detrás de ti antes de girar la cabeza. De esta manera, es muy improbable que se dé cuenta de que la estamos mirando, y como lo más seguro es que no se esté dando cuenta, no se sentirá incómoda, inquieta ni molesta. (Por supuesto, la persona puede también girar la cabeza para mirarnos a nosotros y descubrir que también la estamos mirando. Pero en ese caso cabe la posibilidad de que escribamos juntos un final feliz.)

Un problema de mi regla podría ser que otros transeúntes podrían presenciar lo que está ocurriendo. Sin embargo, ¿qué importancia tendría eso? Si hemos decidido que la acción en sí misma es aceptable, sería una tarea ardua explicar por qué para un observador externo ha de ser inaceptable.

Hay muchas maneras inapropiadas de mirar a una persona. Y no es solo que nuestra conducta pueda ser percibida como molesta o amenazante; podría manifestar una visión negativa de las mujeres (o de los hombres). Sin embargo, cuando enjuiciamos éticamente una actividad, la cuestión interesante no es si hay formas reprobables que puede adoptar esa actividad, puesto que cualquier actividad tiene formas reprobables. Una cuestión mucho más interesante es si hay formas aceptables de realizarla.

Afirmo que no hay razones generales por las que girar la cabeza para mirar a alguien mientras vamos por la calle sea malo. Aunque pueda haber buenas razones para evitarlo en muchos contextos (si, por ejemplo, fuera a sentarle mal a nuestra pareja), volverse de vez en cuando para lanzar una discreta mirada puede estar moralmente bien.

Recordemos únicamente nuestra regla de un solo paso


 David Edmonds (ed.).: Los filósofos miran hacia el mundo. 62 problemas de ética práctica !

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