El poder del mito
Queridas alumnas y alumnos:
He aquí la entrada que os prometí. Espero que os guste. Pero por favor, la próxima vez que me veáis no vale la pena que me preguntéis se todo esto es verdad, porque juré guardar el secreto (creo recordar en algún sueño). Sin embargo quizás en algún futuro próximo puedo daros algunas pistas.
De momento, solo dejaros envolver por ellos, por los mitos, ya que solo así podréis comprender su poder.
En uno de mis paseos por León, encontré no hace mucho vacalunas. Sí, vacalunas.
Son unas criaturas utilísimas pero debo confesar que su creación fue más bien accidental que premeditada. "Fue en los primeros tiempos de Mitología, cuando H. H. aún andaba muy ajetreado creando cosas útiles, como los árboles taponeros, por ejemplo. Pues bien, estaba intentando inventar una vaca que proporcionase un suministro interminable de leche , pero tenía que usar como base algún ser mitológico, para que encajara. Se dio la desgraciada casualidad de que aquel preciso día había perdido las gafas, y, como consecuencia, mezcló por error tres o cuatro hechizos en uno. Al final todo resultó bien, pero en aquel momento el pobre H.H. estaba muy consternado. El caso es que desde entonces han demostrado ser todo un éxito"
Aquel día de primavera decidí pasear por el barrio de Palomera cuando de repente escuché el ruido de un cencerro y unos suaves mugidos, el sonido de un rebaño normal de vacas en un prado. Allí ante mí aparecieron aquellos animales y los observé atónita ya que era la cosa más extraña que había visto en mi vida. Parecían hechas de trozos de toda clase de cosas.
Básicamente, las vacalunas eran como caracoles gigantes de color verde oscuro, con hermosísimas conchas doradas y verdes sobre la espalda; pero en vez de tener cuernos de caracol en la frente, tenían una gruesa cabeza de ternero con cuernos de color ámbar y una gran cascada de rizos entre ellos. Tenían unos ojos oscuros y acuosos, y se movían despacio por la hierba morada, pastando igual que las vacas, pero arrastrándose como los caracoles. De vez en cuando, una de ellas levantaba la cabeza y soltaba un largo y conmovedor: "Muuuuu". No parecían peligrosas, sino los animales más bondadosos y tontos de todo el país, extremadamente útiles como casi toda la gente bondadosa y tonta.
De repente, apareció un vecino del barrio y se puso a ordeñarlas. Me acerqué a interesarme por aquel insólito acontecimiento (al menos para mí lo era) y el ganadero me explicó que las vacalunas daban leche y gelatina de vacaluna, probablemente una de las sustancias más útiles que se conocen. Se ordeñan por la concha. Cada una tiene tres grifos en la concha: dos de ellos están marcados con "caliente" y "fría". Sólo tienes que abrir el grifo y listo: leche caliente o fría, según prefieras.
El tercer grifo era para la nata. Ñam, ñam... Imaginaros mi alegría... Nata fresca infinita!!!
¡Pues sí que son útiles!
Seguí observándolas y vi que al moverse dejaban tras de sí un rastro pegajoso (puaj), igualito que los caracoles, con la diferencia de que el rastro de las vacalunas es gelatina de vacaluna, y sólo la hacen cuando se lo piden. La gelatina al endurecerse forma láminas y cuando hace calor está frío y cuando hace frío está caliente. Se almacena en láminas y es muy muy práctico.
Yo no podía irme de allí sin llevarme unas láminas de esas , podría hacerme una casa o mejor un abrigo. Me acerqué a la vaca jefa y le dije:
- Hola, hermosa. Quería un par de láminas de gelatina. ¿Podríais servírmela, si no es mucho trabajo?
La jefa asintió solemnemente con la cabeza. Luego se volvió hacia el rebaño y emitió un prolongado y vibrante "muuuuu". De inmediato el rebaño formó un círculo, hocico contra rabo y la jefa ocupó su sitio en el centro. Cuando estuvieron listas, la jefa empezó a cantar, es decir, a sacudir la cabez de un lado para otro, de modo que su cencerro repicase discordantemente , y a mugir: "MUUUuuuu, MUUUummm". Al hacer ella esto...
El estruendo que se montó con todo aquello revolucionó a los vecinos de Palomera, que asomaban atónitos tras las ventanas... La mayoría contemplaban sin dar un ruido, pero otros, al ver aquellas majestuosas láminas de gelatina de vacaluna quisieron hacerse con ellas. Me vi obligada a defender lo que ya consideraba como mío. Surgieron opiniones de todos los tipos y pronto, lo que había sido un prado tranquilo se convirtió en una plaza de Bronx.
Suerte que apareció un héroe.
Bibliografía
Durrell, Gerald.: El paquete parlante. Sushi books, 2017
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